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EL RETRATO DE JESÚS


EL RETRATO DE JESÚS
Carta de Publius Léntulus, Gobernador de Judea, a Tiberio Emperador (1).
(1) Carta tomada de la Revista Metapsíquica Experimental correspondiente al Nº 159 del mes de septiembre de 1924.
Según consulta hecha por el Instituto Metapsíquico al Arzobispado de esta capital, la Iglesia Católica considera apócrifo este documento, se le publica no obstante aquí, por ser muchos los testimonios que existen en su favor.
Sabido es que el Emperador Tiberio consideraba a Jesús como un Semidiós, gentílico por cuyo motivo había colocado su imagen en el Paraninfo del Senado. Su sucesor el Emperador Calígula demostraba tanto respeto y veneración por Jesús, que se hacía conducir al Senado para contemplar su imagen y en su presencia hacía leer la carta dirigida a Tiberio por Publius Léntulus, Gobernador de Judea, que textualmente es como sigue: “Hay en Judea un hombre de una virtud singular a quien llaman Jesús. Los bárbaros le creen profeta; pero sus sectarios le adoran como descendiente de los dioses inmortales. Resucita a los muertos y cura los enfermos por medio de la palabra y el tacto; es bien formado y de estatura elevada; su aspecto es dulce y venerable; sus cabellos son de un color indefinible, cayendo en rizos hasta más abajo de las orejas y esparciéndose con gracia sobre los hombros, estando divididos en la parte superior de la cabeza, como los llevan los Nazarenos. Su frente es alta y despejada y sus mejillas tienen sonrosado agradable. Su nariz y su boca están formados con una regularidad admirable; su barba espesa y de un color semejante al de los cabellos tiene como dos pulgadas de larga y dividiéndose por la mitad, forma la figura de una horquilla. Sus ojos son brillantes, claros y serenos. Censura con majestad, exhorta con dulzura y cuando habla o cuando se mueve lo hace con elegancia y gravedad. Nunca se le ha visto reír, pero se le ha visto llorar con frecuencia. Es muy templado, modesto y juicioso. Es un hombre, en fin, que por su excelente belleza y por sus perfecciones divinas, supera a los hijos de los hombres”.

Publius Léntulus.


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